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LA LOCURA LUCIDA

LA LOCURA LUCIDA

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Acabamos de ocuparnos de alienados fáciles de reconocer, y que sin embargo no han sido conocidos como lo que eran durante mucho tiempo. Hay otros cuyo examen ofrece más dificultad, y que no son ni más razonables ni menos peligrosos. Éstos no matan, es verdad, pero hacen morir poco a poco a aquellos en medio de los cuales viven. Muchos de ellos parecen personas sensatas, tienen los modales más cautivadores, son encantadores ante el mundo, en el cual les gusta destacar. Dotados de dominio sobre sí mismos, reservan, unos sus caprichos y sus exigencias, otros su orgullo hiriente, cierto número sus arrebatos de furia, para la familia. Hay tal marido al que se le presentan respetos halagadores en cuanto al carácter amable de su mujer, y que, en realidad, sólo recibe de la parte de esta mujer elegante, cuyo discurso es tan puro y tan correcto en los salones que frecuenta, injurias expresadas en el lenguaje más grosero, el más obsceno algunas veces. El infeliz, que no pudo dar crédito a sus oídos las primeras veces que fueron heridos por semejantes ataques, se aplica con todos sus esfuerzos en dejar que se desconozca su sufrimiento; no existe virtud más digna de mérito que ésta, pero la tarea supera pronto o tarde el límite de sus fuerzas, y el deber mismo le obliga a sustraerse a una tortura semejante. Perdería en ello su vida activa, su trabajo, ya no podría hacer nada en provecho de su familia. Hemos conocido a un hombre de gran inteligencia que, desgarrado, abatido por las fatigas de este género de combate, había caído en la inercia, en una caducidad aparente, y sólo recuperó sus recursos, la vivacidad y la potencia de su espíritu cuando consiguió desvincular-se. El matrimonio es un nudo indisoluble, pero no es indisoluble más que entre personas dotadas de razón. El matrimonio con el alienado, con el alienado incurable, no es matrimonio; pues en él, a pesar de una paciencia inagotable y una virtud sobrehumanas, la indisolubilidad está lejos de ser siempre posible9.

Algunas veces es el marido el que atormenta y la mujer la víctima. Veremos, en una de nuestras observaciones, a una madre de familia que ocultó durante varios años, hasta el día del suicidio de su marido, los tormentos que éste le hacía sufrir cada noche. Era razonable durante todo el día, y nadie sospechaba de su enfermedad10.

Hemos conocido a otro matrimonio en el que los arrebatos maniacos del marido, aunque de una gran frecuencia, fueron absolutamente ignorados durante diez años. Sólo fueron revelados por el marido mismo. En el tiempo de calor, algunos amigos habían ido a cenar al campo, a casa de los esposos. Después de comer, estaban todos sentados en la terraza, frente al río; miraban los barcos que pasaban por el agua. La conversación era agradable y dulce como el aire que respiraban. De pronto ese maniaco, cuyos accesos no habían estallado hasta entonces más que puertas adentro, se ve alterado por una palabra y entra en estado de furia. Arranca el tocado de su mujer, alborota su melena, le hace rodar en torno a su brazo, y arrastra a su víctima por la arena de la terraza. Los presentes tiemblan, lo rodean, intentan calmarlo; es ella quien lo calma: "Vosotros ignorábais todo esto, amigos míos, aunque dure ya desde hace más de diez años. Me compadecéis, y tenéis razón en hacerlo; pero compadecedme por lo presente más que por lo pasado, pues mi mayor desgracia es la que me sucede hoy: que conozcáis lo que yo tenía tanto gusto en ocultaros. Lo que acabáis de ver, lo sufro regularmente dos o tres veces por semana".

El martirio de esta pobre mujer, joven todavía, sólo se prolongó dos años tras esta escena. Los accesos del maniaco se hicieron más frecuentes y adquirieron una violencia tal que fue preciso llevarlo a un centro de tratamiento, donde murió de una meningitis. Había habido varios alienados en su familia.

Pinel habla de estos enfermos que dan las repuestas más justas y precisas, leen y escriben como si su entendimiento estuviese perfectamente sano, y que, en singular contraste, destrozarán sus vestidos, desgarrarán sus mantas o la paja de su lecho, y encontrarán alguna razón plausible para justificar sus desvaríos y susarrebatos11.

He aquí dos observaciones de la misma naturaleza referidas por Esquirol:

"La señora X... habla al primero que se encuentra contra su marido, lo acusa de mil defectos que no tiene. Inconsiderada en sus palabras, revela secretos que una mujer mantiene habitualmente ocultos; imprudente en su proceder, se expone a justas sospechas. Aunque su marido y sus padres quieren hacerle algunos reproches, ella se enfada y asegura que la calumnian. - Cuenta a unos y a otros mil hechos inventados, intentando difundir el descontento, la disensión y el desorden. Parece que el demonio del mal inspira sus palabras y sus acciones. - Si está en sociedad, dispone su actitud con tanto cuidado, que los más alerta se desdicen de su juicio. Toma parte en la conversación, dirige palabras amables y halagos a las personas que ha criticado la víspera o la misma mañana".

"Otra enferma cree tener una inteligencia superior y ser víctima de la ignorancia de su marido, el cual,no entendiendo nada de negocios, se habría arruinado sin ella. - Ella lo contraría, lo injuria y acaba por tomarle aversión. Sus quehaceres, el arreglo de la casa, sus hijos, quedan descuidados. Va y viene por todas partes, agotando a todo el mundo por su locuacidad y por sus pretensiones. Reitera incluso a extraños sus quejas, sus proyectos, sus esperanzas. Descontenta con todo lo que hay en su casa, anuncia la intención de desembarazarse de cuanto hay en ella, lo cambia todo de sitio, hace gastos exagerados o incluso ridículos. La aversión por su marido aumenta; quiere abandonar la casa conyugal.

"Destinada a un centro, habla de la superioridad de su inteligencia y de su capacidad, trata con desdén a los otros internos, a los directores, a los empleados, a los sirvientes de la casa; se queja de todo.

"Durante una estancia posterior en el hospital de Charenton, la misma enferma, con las mismas tendencias, se muestra más cautelosa, en la esperanza de obtener más rápidamente la libertad. Escribe al prefecto de policía, a los magistrados, a abogados, cartas cuya redacción engaña a las personas a quienes son dirigidas. Hasta en medio de sus accesos, la señora X... se contiene en presencia de extraños y de personas a quienes quiere convencer de su buena salud intelectual y moral. Jamás dice una palabra fu

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